El dióxido de carbono (CO₂) es un gas incoloro e inodoro, compuesto de oxígeno y carbono, esencial en el ciclo natural de la Tierra, pero su aumento en la atmósfera ha generado un impacto significativo en el cambio climático. Su concentración actual de alrededor de 415 partes por millón (ppm) ha aumentado drásticamente en comparación con los niveles preindustriales, debido en gran parte a actividades humanas como la quema de combustibles fósiles, la deforestación y ciertas prácticas industriales.
El CO₂, junto con otros gases de efecto invernadero como el metano y el óxido nitroso, contribuye al efecto invernadero, atrapando el calor en la atmósfera y elevando la temperatura global. Esta acumulación de calor es responsable del calentamiento global, que genera fenómenos como la elevación del nivel del mar, eventos meteorológicos extremos, pérdida de biodiversidad y la afectación de ecosistemas frágiles.
Para mitigar el exceso de CO₂ y sus efectos, es crucial medir la huella de carbono de actividades humanas. La Unión Europea y otras regiones utilizan el «potencial de calentamiento global» para calcular el impacto de cada gas de efecto invernadero en un período de 100 años. Esta medida permite desarrollar estrategias de reducción de emisiones y compensaciones de carbono, fundamentales para frenar el avance del cambio climático. También se están explorando soluciones como el almacenamiento subterráneo de CO₂, donde el gas capturado se almacena en formaciones geológicas profundas para reducir su presencia en la atmósfera.
Si no se logra reducir las emisiones de CO₂, los efectos económicos y sociales serán graves. Un aumento de 2-3°C podría reducir el PIB global en un 3%, mientras que un calentamiento de 5-6°C podría llevar a una pérdida del 10% del PIB mundial. La acción inmediata para reducir las emisiones y adoptar tecnologías de captura de CO₂ es esencial para mitigar el cambio climático y proteger tanto el medio ambiente como la economía global.