La COP29 culminó con un acuerdo que, lejos de satisfacer a todos, evidenció las divisiones entre países desarrollados y vulnerables. El compromiso establece un fondo anual de 300,000 millones de euros para enfrentar la crisis climática hasta 2035, pero no aclara quién asumirá la responsabilidad de financiarlo ni cómo se ejecutará.
El texto final, aprobado tras jornadas de tensas negociaciones y aplazamientos, marca un hito en la financiación climática, pero su vaguedad desató críticas. Países en desarrollo, como los pequeños estados insulares y las naciones menos adelantadas, abandonaron temporalmente las negociaciones en protesta. Su mensaje fue claro: “Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo”.
Aunque el fondo pretende sentar las bases para una transición climática justa, su estructura es incierta. La “Hoja de ruta de Bakú a Belém” busca resolver estas incógnitas antes de la COP30 en Brasil, pero el retraso genera dudas sobre la voluntad política de cumplir con los objetivos.
Uno de los puntos polémicos fue la posición de China, que sigue siendo considerado un país en desarrollo según los acuerdos de 1992, a pesar de liderar las emisiones globales acumuladas. Pekín se aseguró de que su contribución climática sea voluntaria, evitando cualquier obligación legal.
Mientras tanto, las pequeñas islas, amenazadas por el aumento del nivel del mar, quedaron sin una vía rápida de financiamiento, lo que profundizó su vulnerabilidad ante el cambio climático.
La COP29 también destacó por la creciente presencia de grupos empresariales y multinacionales en las negociaciones. Aunque su inclusión es clave para movilizar recursos, también pone sobre la mesa la necesidad de regular su influencia en las decisiones climáticas globales.
Si bien se evitó un colapso total de las negociaciones, el resultado deja a muchos con la sensación de que se pudo haber logrado más. Como dijo John Kerry, ex enviado estadounidense para el clima: “La mejor negociación es la que deja a todos descontentos”. La COP29, entre críticas y esperanzas, se convierte en una llamada de atención sobre la urgencia de transformar promesas en acciones concretas.