El cambio climático y otros factores han provocado que la Amazonia, el bioma más grande y biodiverso del planeta, enfrente una de sus crisis más graves: la disminución dramática del nivel de agua en sus ríos. Este fenómeno ha dejado incomunicadas a miles de comunidades que dependen de estos cauces para su vida cotidiana, obligando a los países de la región a buscar soluciones urgentes. En Brasil, Colombia y Bolivia, las autoridades se esfuerzan por mitigar las consecuencias de esta emergencia, pero el reto es enorme y sus efectos podrían ser devastadores.
La crisis que atraviesa la Amazonia tiene sus raíces en la combinación de varios factores interconectados: incendios forestales más intensos y descontrolados, deforestación imparable, y fenómenos climáticos extremos que se han agravado desde la llegada de El Niño en 2023. Estas condiciones han causado una disminución de hasta un 80% en el nivel de agua en algunas zonas de la cuenca amazónica durante los últimos tres meses, afectando gravemente la vida de comunidades indígenas y campesinas en países como Colombia, Perú, Bolivia y Brasil.
El impacto de esta sequía se ha sentido de manera particular en Brasil, donde el río Negro, uno de los afluentes más importantes del Amazonas, experimenta niveles de agua no vistos en 122 años. En Manaos, por ejemplo, el nivel del agua ha caído a 12,2 metros, muy por debajo de los 21 metros que se consideran normales. Esta situación ha llevado al gobierno brasileño a tomar medidas urgentes como el dragado de ríos para recuperar la navegación en las zonas más afectadas y la provisión de víveres, medicamentos y agua potable a las comunidades aisladas.
El problema no es exclusivo de Brasil. En Bolivia, la situación es aún más crítica. La líder indígena uitoto Fany Kuiro, de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), describe un panorama alarmante con miles de desplazados que buscan escapar de una selva que se seca y se incendia. Sin embargo, la falta de declaración de emergencia en el país ha dejado a estas comunidades sin la ayuda necesaria. Según Kuiro, la negativa a reconocer la gravedad de la situación tiene que ver con intereses económicos que promueven la expansión de monocultivos.
La falta de lluvias en la Amazonia se ha visto exacerbada por el fenómeno de El Niño desde 2023, pero esta no es la única causa. Juan Carlos Jiménez, investigador de la Universidad de Valencia y miembro del Panel Científico de la Amazonía, explica que el cambio climático ha influido en el calentamiento del Atlántico norte, desplazando la franja ecuatorial de lluvias hacia el norte. Además, los incendios han jugado un papel crucial, ya que el humo altera los patrones de precipitación en la región. Este año, se registraron más de 12,000 incendios en Brasil, quemando 6,7 millones de hectáreas.
Para Maurizio Mencuccini, experto en bosques tropicales del CREAF, la deforestación es uno de los factores más graves que afectan a la Amazonia. Explica que los grandes árboles son cruciales para el ciclo del agua en la región, ya que recirculan la humedad que llega del Atlántico a través de la transpiración. Este proceso genera nubes de lluvia que luego se desplazan hacia los Andes y el sur de América. La pérdida de estos árboles altera este ciclo vital, extendiendo la sequía a zonas que antes no la sufrían.
Ante la crisis, las medidas de emergencia como el dragado de los ríos en Brasil no están exentas de críticas. Aunque esta solución busca recuperar la navegación, también puede tener efectos secundarios graves al remover sedimentos que podrían contener metales pesados peligrosos tanto para la fauna como para los seres humanos. Mencuccini advierte que la minería en la región ha dejado residuos tóxicos que podrían poner en riesgo la salud pública si se liberan al medio ambiente.
A pesar de los esfuerzos locales, la situación en la Amazonia refleja una falta de acción global. Kuiro cuestiona: “¿Dónde están los fondos para preservar la Amazonia de los que tanto se habla? En el corazón de la selva nos sentimos solos.” La crisis actual pone en evidencia la necesidad urgente de una respuesta integral y coordinada que aborde tanto los efectos inmediatos de la sequía como sus causas subyacentes: la deforestación, el cambio climático y la falta de políticas sostenibles.
La Amazonia, conocida como el pulmón del planeta, está enviando señales de alerta que el mundo no puede ignorar. La pérdida de biodiversidad, el desplazamiento de comunidades y el colapso de un ecosistema vital requieren atención urgente. Se necesitan acciones concretas y sostenibles que involucren a todos los actores: gobiernos, organizaciones internacionales, comunidades locales y el sector privado. Solo a través de un esfuerzo conjunto se podrá asegurar el futuro de la Amazonia y de los millones de vidas que dependen de ella.